De la Democracia Directa e Internet.


Cuando los estados crecieron se adujo la excusa de la distancia para ampararse, un pequeño grupo, de las decisiones.

Pero esta justificación era casi innecesaria.

La ocasiones de votar y de hacer uso de la libertad de expresión fueron pocas hasta la revolución Norteamericana.

La Grecia democrática se redujo a pocas ciudades y a poco tiempo. Conocemos como deliberativo al gobierno de Atenas, del que tenemos textos, ejemplos y arqueología que nos lo describen, pero ya al de Tebas, que sabemos consultivo, casi lo desconocemos en sus mecanismos y cultura.

Se deduce el carácter que tenían -en general- en Grecia las decisiones grupales según inferimos de los concejos de la Iliada y de las asambleas de los milites de la Anábasis de Jenofonte (cuando los mercenarios decidieron en conjunto el rumbo a seguir en la huida, luego de la derrota y muerte de su contratante, Ciro, el pretendiente a la corona de Babilonia).

Vemos que la democracia deliberativa y directa sirve para muchas cosas, entre otras para escaparse después de ir a romper la corona de cualquier rey persa.

La democracia directa fue cosa rara siempre, porque desaparecida la civilización ateniense, no tenemos más noticias de ella.  E insistamos: en la época floreciente de Atenas la democracia deliberativa no era cosa corriente ni en toda Grecia y  en la misma Atenas: había un treinta por ciento de esclavos y quizás otro tanto de metecos *1 sin poder político.

Agreguemos que en la ciudad de la sabia lechuza, dos por tres aparecían tiranías, oligarquías y variaciones sobre el autoritarismo: los treinta, pisístratos y otros convincentes déspotas. Y aún en pleno ejercicios del parlamentarismo popular más de un Sócrates se tuvo que beber la cicuta.

O sea que fuera de algunos años con Pericles como principal referente,  la mayor parte del tiempo los atenienses anduvieron a las cuchilladas, lanzazos y flechazos.

Hubo en la historia numerosos organismos colegiados que gobernaron deliberativamente (¡a sus súbditos!) con inter-reinos monárquicos. El Senado Romano, la asamblea de notables en Cartago y un enorme etc. Eran gobiernos oligárquicos que ejercían la democracia directa entre sus miembros.

Luego en la historia aparecen numerosas sociedades que toman decisiones deliberativas, desde las tribus germanas hasta las ranqueles. Pero estuvieron supeditadas a un número reducido de individuos, a su organización en tribu. Los estados ya no se permitieron la democracia directa ni la democracia siquiera, hasta que los medios de transporte, la expansión de la literatura escrita, el comercio y el correo sustentaron la conformación de organismos colegiados que representaban -si no a todos- al menos a gran parte de los individuos de los poblados estados del siglo XIX. Diríamos que el telégrafo y la Revolución Francesa, son concomitantes. Prensa escrita y parlamento van juntos.

"El medio es el mensaje", dijo McLuhan, podemos agregar, "el ambiente tecnológico es el régimen político".



*1) Nombre que se daba a los extranjeros libres que vivian en Atenas y que no participaban a las asambleas ni tenían ningún derecho a voto.




II

El lugar de la política

Tradicionalmente política es cosa de ciudad. Unido por lo tanto al intercambio de ideas. Sin embargo la historia fue el resultado de los pensamientos rurales hasta el siglo XIX. Los reyes encarnaban esa autoridad nacida de las oscuras noches de las cabañas y de las silenciosas guardas de los rebaños. El pensamiento dominante era de pastores y labriegos. Porque el pensamiento organizativo y la técnica de producción eran cuestión de campesinos.

La palabra "política", quiere decir  en griego "cosa de ciudad, cosa de ciudadanos". La gran masa humana que poblaba las campiñas estaba excluida de toda decisión administrativa, hasta que ya con el agua al cuello, decidía ejercer la democracia directa por la vía de hecho. Es el caso de la guerras sociales de la Roma Republicana, cuando los "socii" es decir los aliados, exigieron la ciudadanía romana. Preludio al gobierno de los centuriones, vía el cesarismo, pues las legiones estaban hacia comienzo de la era cristiana, formada fundamentalmente por hombres venidos del campo y ausentes por tanto del "debate". Sin embargo fueron ellas las que decidieron del gobierno del Mediterráneo en el primer siglo de nuestra era.

En otros momentos la política era cosa de corte, pues los monarcas eran gente de ciudad. Allí se cocinaba el destino de pueblos lejanos, siempre ausentes del debate, ¡hasta que los Cromwell o las campanas de Varennes los congregaran a las decisiones!

Ahora, con Internet, hay una ubicuidad de intereses y de presencia. Esto es un dato mayor. No será el proletariado organizado (siempre urbano) el que dirigirá en vanguardia deliberatiba de los soviets los destinos de toda una nación, ni una Corte versallesca en sus enjuagues y perfumes. Aunque grandes masas humanas no se "vean", perdidas en las inmensidades rurales o en las periferias urbanas, gracias a internet estarán presentes, ya no solamente llamadas a sufragar, a ser soldados, a declararse en insurrección por hartazgo, sino también a participar desde ahora en el debate y las proposiciones.

O sea que el lugar de la política, es decir del debate ya no es el mismo.

Fundamentalmente el concepto de política tiene como ingredientes: la información, la proposición, la deliberación, la decisión. Todas cosas que no eran posibles fuera de la ciudad o la corte. Hoy esto ya no es verdad.

Pero hay algo cualitativo que se agrega. El debate escrito desautoriza a la oratoria, gran mentirosa y falsa conductora.

El lugar de la política ya no será un parlamento de representantes, pues cotidianamente puede legislar cada ciudadano de lo que se quiere.

Ante esta posibilidad de lata decisión humana surge la desconfianza de si puede el hombre vulgar arbitrar sobre temas arduos y que competen a verdaderos paladines de las letras, la historia, la economía y la guerra. Esto me recuerda, y quizás muchos tengan presente la escena,  a un invitado versado en temas económicos que le pregunta a Anthony Hopkins, en rol de mayordomo del huésped en Lo que queda del día, qué opina sobre un tema financiero, a lo que, por respeto, se niega a responder el buen lacayo. Este economista de fuste prueba en el silencio del sirviente su teoría de la futilidad democrática. Moraleja: se acredita en el silencio del oprimido la sabiduría de las clases dominantes.

Los que se asustan de la democracia directa me saldrán con el ejemplo de Sócrates y de Alcibíades. El primero condenado por jurado popular y el segundo convenciendo al pueblo Ateniense de ir a cascarles el morro a los sicilianos, empresa que los estrategas veían de mal pronóstico, que el pueblo aprobó de lleno y terminó en catástrofe.

Son poco convincentes estos ejemplos, porque de Sócrates todavía hablamos y es seguro que nadie conoce el nombre de los miles de asesinados en las prisiones de aquellos eternos representantes de Dios como los reyes o del pueblo como los tiranos. Tampoco sería posible enumerar las miles de aventuras imperialistas que las monarquías, oligarquías y otros gobiernos no democráticos emprendieron a costa de sus súbditos, por lo tanto, criticar la empresa colonialista de Alcibíades parece ocioso.

Que el pueblo no sabe a donde va, es un gran peligro; que lo lleven (nos lleven) por el camino del flautista de Hamelin es aún más arriesgado.

Las vías de hecho de la democracia directa, cuando un grupo se atribuyó en asamblea el poder sobre una nación, fueron de corta duración, hasta que se instalaba y se votaba de facto una constitución, sobre la que ya no se discutirá. Esos eran los momentos cuando el pueblo, es decir un puñado de asambleístas o guerreros se atribuían la representación de los sentimientos y la voluntad colectiva, cosa que era cierto, como prueban Cromwell o Mao Tse Tung.



Desde las gestas liberales del siglo XIX siempre un grupo de ciudadanos se atribuyó la representación para, nada más y nada menos, que dotar a un país de una constitución. Claro, la forma en que se llama a votar una constitución tiene consigo el momento en que se la vota, sea el impresionante cadaver caliente del régimen abatido o las amenazas del nuevo o del viejo. Los representantes serán elegidos a dedo o poco menos y las propuestas redactadas en la casa de gobierno o en palacio.

Es decir que en los momentos de fundación, los estados son generados por la democracia directa de los grupos preponderantes. No se consulta a nadie, solo se busca, de facto, la aquiescencia de una mayoría, que ciertamente, está, en general, de acuerdo con el nuevo grupo dominante.

Washington no le pidió opinión al pueblo norteamericano para enfrentar a los Ingleses, ni los reyes de Inglaterra al de Gran Bretaña para ser monarcas.

La famosa Convención de finales del siglo XVIII, que funda la República Francesa, era un conjunto de diputados que Dios, el Rey y la Casualidad debían saber a quien representaban.

La constitución argentina de 1853, votada apenas una año después de la batalla de Caseros, que el tirano Rosas perdió, fue votada por algunos representantes del vencedor, Urquiza, que vinieron representando a las provincias. Esa misma constitución es la que condiciona, después de un siglo y medio los destinos de una República.

La constitución española, votada a fines del 1978, cuando el poder franquista era el principal actor político institucional en la toga, el arma y la administración; tenía, en cada español, el recuerdo y la amenaza del millon de muertos que costó el atentado terrorista más grande del siglo veinte español: la insurrección contra la república. Esta constitución fue proclamada por el rey coronado por Franco para que todo quedara "atado, bien atado", tal dijo el Generalísimo en su discurso de 1969, en ocasión de su regia elección inconsulta de monarca, lo que agradeció Juan Carlos de Borbón invocando "la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936", día del atentado terrorista antedicho, el del millon de muertos.

Nos ha llegado la hora de opinar y decidir, ahora que la técnica lo permite, y sin mediar insurreciones, lios, tiros, bombas y patadas.

Hacerlo cotidianamente.

Crear una legitimidad política surgida permanentemente de la opinión pública y los interese ciudadanos.





III

Esas ideas que nos vienen de Atenas


Nos permitimos traducir y reproducir un texto de Fabrice Wolff, según la autorización que él da en su declaración de Copyright.

Fabrice Wolff “Qu’est-ce que la démocratie directe? (Manifeste pour une comédie historique)  - Éditions Antisociales, Paris, 2010  pg. 41-44. 

"Basándonos en sus actividades políticas podemos dividir a los ciudadanos de Atenas en tres grupos.

Para comenzar los pasivos, que no participaban en la asamblea, no eran nunca voluntarios para prestar el juramento de los Heliastes o para ser magistrados(…) Un segundo grupo  sería la gran masa de los que participaban a la asamblea, asumían como nomotetas o jurados, pero se contentaban escuchando o votando sin mezclar sus voces a la discusión. En fin, había un grupo mucho más reducido de ciudadanos capaces de iniciativa, que tomaban la palabra y proponían textos y entre ellos, la mayoría cumplía con el rol de hoi bouloménoi según el ideal democrático, es decir en tanto que privados asumiendo de tiempo en tiempo las responsabilidades para una iniciativa. Sólo una minoría de este último grupo eran los ciudadanos realmente activos en la vida política, oradores en la Asamblea, legisladores e instigadores casi profesionales de acusaciones públicas; ellos son los que los libros llaman comúnmente “hombres políticos” de Atenas." (p.309)(*1)

Pero la actividad política de estos últimos no se parecía en nada a la de los políticos modernos, que sabe, digan lo que digan, que nada se decide nunca “en el lugar”, ni en los debates públicos: por lo tanto podríamos calificar a los “dirigentes” de la democracia directa con el término de “activistas”, que pone el acento en las nociones de autonomía de acción, de propaganda de base, de intensa presencia sobre el terreno y de toma real de riesgos.

Libertad de expresión efectiva, obligación de transparencia, iniciativa, y responsabilidad individual, son todos principios radicalmente incompatibles con la existencia de partidos políticos, en el sentido de las “democracias” burguesas: no solo porque en ellos domina necesariamente el dogmatismo ideológico, la demagogia electoral, los conciliábulos de pasillo , las negociaciones de la puerta trasera, separación entre dirigentes y militantes ejecutores; sino  y más profundamente porque una organización cuya principal ambición concreta es colocar duraderamente a sus miembros y simpatizantes en la mayor cantidad posible de puestos de decisión y de ejecución en una democracia directa se llama: una conjuración oligárquica, y no puede tener carácter permanente salvo en forma de sociedad secreta. (El sociólogo alemán Robert Michels fue el primero, en 1913,(*2)  en poner en evidencia esa esencia oligárquica de los partidos políticos modernos, aunque fuesen muy democráticos, pero consideraba esta forma de organización todavía como una insuperable fatalidad. La población de Buenos Aires fue, al contrario, fue más consecuente en diciembre del 2001, al re-descubrir espontáneamente la existencia prístina de la democracia directa: ¡Qué se vayan todos! y mostró así como se une el gesto a la palabra, se organizó en una multiplicidad de asambleas de barrio.) La asamblea popular soberana es precisamente el lugar donde se diluyen las condiciones objetivas del poder de una minoría. Es la concreción de la igualdad política: un círculo de poder que pone a todos los ciudadanos equidistantes de las decisiones que se toman y del poder, del que cada uno puede ser, si lo quiere, el centro efímero.

(*1) Hansen, Mogens H. La démocratie athénienne à l’époque de Démosthène. Paris- Texto- 2009. (*2) Michels, Robert. Les partis politiques, essai sur les tendances oligarchiques des démocraties, Paris, Flammarion, 1971.  


IV

Tenemos los medios que necesitamos.


Desde que Guthemberg fue descubierto por McLuhan como el mayor ilustrado y librepensador del siglo XV atribuyéndole por la creación del medio la gloria del mensaje detonador de la Reforma, el Enciclopedismo, la Revolución Francesa y & & &. no podemos dejar de percatarnos que el medio es el mensaje. De la misma manera internet es el medio de la Democracia Directa y del pensamiento reflexivo, de la extensión del crecimiento cultural. Final de la retórica y comienzo de la discusión con argumento, ubicuidad de la voluntad y el saber.

Este programa fue puesto en marcha y probado al principio en un campo argentino, a veinte kilómetros del pueblo más cercano, con un engendro de antena parabólica de televisión satelital y modem portátil de 3g.

La ubicuidad del mensaje y la extensión geográfica del diálogo son las dos grandes virtudes filosofales de internet.

Las paranoias sobre su posible implementación totalitaria son minucias comparadas a sus potencialidades liberadoras. Digamos que lo dicho dicho está. O sea que si los estados represivos o pre-represivos dejan libre, por un tiempo más, la inter-comunicación del pensamiento, la masa de las opiniones será tal que no se podrá derribar.

Esto, aunque lo sepan los menos respetuosos de su prójimo y más ansiosos de dominar al vecino, reviste el caracter de pronóstico de lo inevitable. Contrariamente, el aspecto totalitario y controlador de internet, es una posibilidad muy aleatoria. Utilizado en todas sus dimensiones opresiva, la red estaría en manos de estados que temen y esto no es la forma usual de la solidez política. Un régimen fuerte cuenta con la opinion favorable de larga mayoría de los ciudadanos. Tiene que contar con las voces de los electores, aunque sea una dictadura.

Tecnología de buen pronóstico pues.

Todo invento lleva la implementación en su fórmula. Así la dinamita, cuya utilización bélica tanto sorprendió a Nobel, no servía, desde un principio más que a romper.

Un hacha se utilizó también para cortar cabezas, pero su función está en los bosques y junto a la estufa. Fue hecha para la leña, no para el cuerpo humano.

Internet lleva en su ADN la universalidad del conocimiento y de la opinión.

Abrir las puertas de la Democracia Directa será uno de sus méritos.

Así que volvamos a este sujeto principal.

Continuará...